Tiempo en la casa No. 65 • noviembre-diciembre 2020

9 unos escalan socialmente los otros permanecen entrópicos en el reino medianero del eufemísticamente llamado“interés social”. Aquella tarde también quedó sellada la enemistad entre el Marihuas y la familia del Mudo, los Aceves, a quienes consumía el ultraje de su hijo discapacitado, por lo que intentaron una embestida a la persona del Mariguas.Así escaló el conflicto y el mariguano tuvo que darse ignominiosamente a la fuga durante un tiempo, escabulléndose entre andadores y edificios, estaciona- mientos, áreas de recreo, mientras duró la cacería, para volver a su departamento sólo al amparo de la media noche, porque como dice Rubén Blades, “cuidao en el barrio, cuidao donde sea, que te andan buscando”. Así son, amigos, los asuntos de esa persona inmoral que es La Banda, que bebe chocolate y no paga, que hace pero no deja que le hagan; que es pura picardía, puro vacilón. “¿Y a dónde vamos a parar?” Colofón: el Mariguas se vio perseguido durante un plazo mucho mayor del que puede permanecer encendido el encono por vulgares rencillas vecinales, situación que a su vez fue despertando el oprobio en el instigador y perseguido a la vez, ha- ciéndole cultivar un derecho a darse por ofendido, por lo que se atribuyó el sabroso principio de la venganza edulcorada. Fue así también, amigos, que al paso de los días se diseminó la noticia de que, durante una fresca mañana laboral, mientras el padre del Mudo, don Mudanzas digamos, un señor gris que se desempeñaba como repartidor de productos de la marca comercial Danone, justo cuando se disponía a abordar su automóvil Safari para dirigirse a su empresa, recibió un golpe de estupor al encontrarse cara a cara con una tremenda caca, dejada ahí nomás, apoltronada sobre el asiento del piloto, además del volante y el retrovisor embarrados de repugnante chocolate, cuyo horrible tufo a descomposición social únicamente pudo interpretar- se como un desafío, en otras palabras, la fatal autoría de un enemigo duro de roer como fue el mentado Mariguas, cuyo nombre era José Inés, y se avergonzaba de ello, y acaso de ahí naciera su maldad. No cabe duda que por cada historia acaecida en un Infonavit hay una cumbia esperando ser compuesta y tocada en cada reunión social de este conglomerado amorfo, de alma chabacana, que constituye la grandísima orfandad históricosocial repartida en cubos habitacionales, que conforman la retícula arquitectónica en que se guardan un montón de alucinantes destinos mediocres. Ése , ¿y qué le vamos a hacer, pues?

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