Tiempo en la casa No. 65 • noviembre-diciembre 2020

6 como olvidé advertirlo desde el principio, uno de los actos más desopilantes de la vida corriente al interior de semejante fenómeno de alta gama risomática que son los conjuntos habitacionales de interés social, panales humanos, fábrica de histo- rias sin punch , durante una tarde de un verano cualquiera, en cualquiera de estos países desfondados y culirrotos que constituyen la entidad descalabrada que somos, digámoslo cantando y tomados de la mano, amigos: La-ti-noa-mé-ri-ca (esa extraña invención occidental), desde un Infonavit o Fovissste, donde la vida se desintegra día tras otro entre tendederos, tufos a caldo, viejas rencillas vecinales, efímeros pregones bolilleros, andadores carentes de señalética, fragmentos de cielo cobalto olvidado entre azoteas, y un puto calor tropical…en este caso, el único que se digna a abrazarte sin prejuicios, como pan de cada día, sólo para derretir tus ilusiones miserables, tu existencia grasienta, tu natural medianía. Ok. Sensación vivísima: la punta de un tenis Converse empujando el cascajo ci- líndrico cuesta abajo; pares de manos forzando y hundiendo la cabeza del Mudo, machacándole los dedos para obligarlo a desprenderse del borde y que viajara bien empacado al vacío; la sorna bosconiana cual mosquerío de lo pútrido, espíritu de lo grotesco, clímax de todo aquelarre, no sé si te has dado cuenta cómo en la flagrancia de un delito se escucha el retumbo de una trompeta descalibrada, como efecto del vertiginoso arrebato, pero que sólo está en tu cabeza, apenas superada la angustia del mal. Ahora comprendo que la verdadera repugnancia fueron los gritos vacíos de aquel jovenmelómano, esa expresión repulsiva de pescado boqueante, la impotencia implosionada del Mudanzas, que volatilizó una de las mejores carcajadas corales de la historia universal de la risa y de la infamia. Nada qué hacer, amigos, en aquel ins- tante de la historia universal de los Infonavit, un alpechín oxidado perdió su punto de equilibrio y comenzó a descender cobrando cada vez mayor velocidad, con la cabeza del Mudanzas asomada y girando a la par, cada vez más rápido, como pistón vorazmente loco. El paroxismo de la transgresión nos tenía esencial y erizadamente posthumanos. Algunas señoras se percataron de la majadería de lesa humanidad. “Aventaron al Mudo”, cloqueaban en medio de la fascinación por la trayectoria aza- rosa del bote, que saltó, rebotó, giró peonza, chocón, retumbando con eco dramático, hasta que pareció detenerse en el rellano, pero la suerte quiso que continuara, y así cobró velocidad en la última parte de la gran escalinata, antes de la barranquita que se abre detrás del edificio J-1, a la que fue a empanarse luego de un espectacular salto circense y total. ¡Aguas!, alguien alarmó precautorio.“Tiraron al Mudo”, continuaron percutiendo los rumores. No sé los demás, yo jamás había visto el calvario de un afónico agonizante por la necesidad mortal de expresar su ira, como dice Raphael, “con la fuerza de los mares”. No sé, my friend, insisto, la vida se las apaña para re- presentar este tipo de escenas pánicas, en esta ocasión, en el espacio nada bucólico de un Infonavit. Arriba, los bandoleros, poseídos por la exultación triunfal de la maldad; abajo, la víctima inválida de una injusticia rampante. Jajaja . Ustedes han de

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