Tiempo en la casa No. 63 • julio-agosto 2020
6 La inquietud surge por la información perversa, por noticias falsas mal in- tencionadas. Pero también se debe a que se trata de un virus “nuevo”, desconocido hace sólo unos meses; los mismos expertos ignoraban mucho acerca de él y de sus modos de transmisión. Además, la información científica legítima no está tan di- fundida entre los propios científicos, que laboran a la carrera y muchos no le dan tiempo a estudiar lo que hicieron sus antecesores; y no sólo es la prisa, el número de trabajos que se publican en el mundo —en cualquier especialidad— rebasa la capacidad de lectura de cualquier mujer u hombre de ciencia. Además, algunas de las revistas más renombradas publican trabajos que no pasan necesariamente por el proceso de revisión por pares, aunque las más serias tienen el cuidado de anotar que el artículo en cuestión no ha sido arbitrado. Esto ocurre con más frecuencia en temas que son muy álgidos en un momento dado —como el presente con el SARS- CoV-2—. Entonces los resultados de tales trabajos no están validados en realidad y sus conclusiones deben tomarse con mucha cautela. El conocimiento es amplio, pero no tan bien digerido y asentado. Por todo eso voces muy autorizadas disienten muchas veces en cómo luchar contra los contagios: que si dos metros de distancia entre personas son suficientes, que si bastan metro y medio, que si es mejor estar aislados en habitaciones separadas, que si hay que utilizar tapabocas o no. Desde luego, no estamos como en la Edad Media y hay acuerdo unánime entre los médicos especialistas —epidemiólogos, infectólogos, inmunólogos, etc.— en una serie de medidas sabias y básicas: evitar reuniones de más de unas pocas personas (aunque no existe un límite exacto para el número máximo aconsejable y hay discrepancias sobre ese número), disminuir al límite los contactos personales, lavarse las manos con frecuencia y a conciencia, desinfectar de acuerdo con las normas sanitarias los objetos y superficies que podamos tocar, etc. Este acuerdo ha contribuido a que muchas personas de los países donde se ha dado la voz de alerta hayan seguido las indicaciones de las autoridades sanitarias; aunque por desgracia no han faltado algunos testarudos, rebeldes, incrédulos o simples irresponsables. Entre las discusiones sobre cuál medida es más adecuada, quizá la más álgida sea la del uso del cubrebocas o mascarilla. Desde que se dio la alerta de la pandemia se ha ido discutido si se debe usar cubrebocas o no. Las recomendaciones sobre su uso difieren entre países e incluso entre autoridades mundiales de salud. Hay quien considera el uso de la mascarilla una obligación, como en muchos países orien- tales y alguno occidental, y hay quien insiste en que usar la mascarilla no aporta mayor seguridad. Detrás de estas discusiones están los mecanismos de transmisión por vía aérea del virus SARS-CoV-2, llamado popularmente “coronavirus”, que son materia del presente texto. Estos mecanismos deben ser semejantes a los que involucran a otros virus, como el de la influenza, pero con posibles diferencias físicas en el tamaño de los virus y en su resiliencia. Sin embargo, veremos que hay mucho que ya se conocía sobre el tema en general, pero que no ha sido tomado en cuenta a cabalidad.
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