Tiempo en la casa No. 63 • julio-agosto 2020
14 vida media de una hora —en cada hora la actividad viral baja a la mitad—. A las tres horas de comenzar el experimento todavía había virus viables en el aerosol. Todo ello apunta a la posibilidad de transmisión por el aerosol (Van Doremalen et al ., 2020). Estemismo año, 2020, Joshua Santarpia y sus colaboradores en varias instituciones de los Estados Unidos trataron de dilucidar la cuestión de contagio del SARS-CoV-2 en un estudio hecho en la Universidad de Nebraska. Ellos recolectaron muestras aéreas y de superficies en una clínica donde 13 pacientes de Covid-19 habían sido aislados y las analizaron para identificar el arn del SARS-CoV-2. Los pacientes se mantuvieron aislados. Encontraron que el virus había contaminado el aire y varias superficies al interior de la clínica. Pero no detectaron que, durante la prueba, nadie más se conta- giara (Santarpia et al ., 2020). Sin embargo, un tema pendiente es determinar cuáles son las cargas virales o dosis mínimas del SARS-CoV-2 para que haya contagio. Como mencionamos más arriba, para influenza A la carga viral mínima es de 2,500 partículas (Nikitin et al ., 2014). Es necesario que todas estas dudas se despejen con nuevas investigaciones. La eficacia de las mascarillas quirúrgicas para evitar el contagio de la Covid-19 y virus similares ha sido tratada por varios autores muy recientemente, por lo que vale la pena hacer algunos comentarios.Hay consenso casi generalizado de los investigado- res de que las mascarillas reducen en mayor o menor medida la expulsión de gotitas infectadas por una persona enferma de una afección respiratoria y que por ende el riesgo de que el virus infecte a un tercero disminuye con el uso de la mascarilla. Di- cha eficacia depende de muchos factores biológicos, ambientales y humanos: el tipo específico de virus, el tipo de mascarilla, la temperatura y humedad del ambiente, la presencia o ausencia de corrientes de aire, la intensidad y frecuencia del contacto hu- mano con terceros, la destreza en el uso de lamascarilla, el estado previo de salud de las personas, etc. Ante ello, no sorprende que la evidencia clínica presente un panorama contradictorio y poco definido. Por una parte, hay análisis rápidos de la bibliografía, como los de Julii Brainard y de Dalia Stern y sus respectivos colaboradores, que son poco definitorios. El primero encontró casos de eficacia probada, pero llega a una débil conclusión: que“las mascarillas pueden ofrecer protección”al utilizarse fuera de casa. Por su parte el segundo análisis sostiene que “La evidencia científica no es con- cluyente para recomendar o desalentar el uso de cubrebocas en el nivel poblacional. Considerando los potenciales efectos negativos, las recomendaciones gubernamentales deberían esperar a los resultados de los experimentos naturales en países que han recomendado la utilización poblacional de cubrebocas”(Brainard et al ., 2020; Stern et al ., 2020). Las conclusiones de ambos estudios tienen bases algo débiles, ya que en los trabajos referidos en ellos no había seguridad de que se utilizaran los cubrebocas de manera correcta; además, las revisiones rápidas son consideradas por otros especialistas como limitadas en sus inferencias (Catalá-López, 2017). No obstante, un trabajo algomás reciente de Kar Keung Cheng y sus colaboradores analiza el efecto que tuvo en Hong Kong el uso extendido de cubrebocas (en un 96% de
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