Tiempo en la casa No. 63 • julio-agosto 2020
11 3. ¿Hay contagio por vía aérea? Para que una persona se infecte, los agentes patógenos deben entrar en su organismo a través de las mucosas que recubren el interior de la boca, de la nariz y de la gargan- ta, o bien penetrar hasta los pulmones; en mucho menor medida, los ojos también tienen mucosas susceptibles a la infección. El resto del cuerpo está protegido por la epidermis. En lo que nos interesa, los causantes de la infección son los virus; para contagiar a otra persona, ellos deben viajar desde un portador hasta las áreas suscep- tibles del receptor. Pero los virus no tienen ni pies para caminar ni alas para volar; para transportarse necesitan algún vehículo. Por otra parte, la fuente principal de infección es la boca y las fosas nasales de la persona infectada, que están invadidas de virus residentes en la saliva y las secreciones nasales. Una forma de infectar a otra persona es por contacto directo o indirecto: esto es, tocar a la segunda persona con las manos infectadas y que esta se toque la boca, el interior de la nariz o los ojos. Pero el contacto puede ser indirecto: se transfiere la saliva o secreciones a algún objeto y la otra persona, a su vez, toca este objeto. Este mecanismo de retransmisión por contacto está plenamente comprobado y muchas de las medidas de higiene que se recomiendan el día de hoy tienen por objeto evitarlo. Ahora bien, una persona infectada al hablar o toser expulsa a la atmósfe- ra miles de gotitas de saliva, y al estornudar expulsa mocos y cientos de miles de gotitas; saliva y mocos están infectados. Estos últimos caen casi de inmediato al suelo o a alguna otra superficie. Las gotitas, sin embargo, pueden ser inhaladas por alguien que se encuentre cerca de quien las exhaló. Esta es una transmisión aérea, pero no es la única. Algunas gotitas son tan pequeñas que se quedan “flotando”, suspendidas en el aire, y constituyen entonces un aerosol que puede ser inhalado por una persona sana y así infectarse. Por tanto, en nuestras exhalaciones naturales expulsamos un aerosol conforma- do por gotitas y por núcleos sólidos. Ambos son los vehículos aéreos de la infección. Al toser o estornudar expulsamos gotitas y núcleos. ¿Qué tan pequeños son? Su tamaño determina cómo se mueve y emigra la partícula en el aire y a qué profundidad puede penetrar, al ser aspirada, en nuestros pulmones. En 1916, P. Chausse y H. Magne midieron la velocidad del aire exhalado al estornudar y de las partículas en él suspendidas y fue algo extraordinario: ¡podían volar a 100 metros/ segundo, es decir, a 360 km/hora! En el caso de la tos, la velocidad de las gotitas era menor, entre 16 y 48 m/s; también midieron que la mayoría de las gotitas tenían menos de 10 micras de diámetro. (Chausse y Magne, 1916) En 1925, B. Lange y K. K. Keschischian publicaron un artículo “... sobre la importancia de la infección de tuberculosis por polvo ”—cuyo título muestra un afán similar al que nos mueve 95 años después—en el que descubrieron lo que muchos iban a redescubrir después: las gotitas más grandes permanecían suspendidas por sólo unos segundos, pero la más pequeñas se sostenían en el aire por minutos u horas (Lange y Keschischian, 1925).
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