Tiempo en la casa No. 61 • marzo-abril 2020
8 quien al final nos dirá que ellamisma se halla dentro de un ataúd. El onirismo encuen- tra en Amparo Dávila niveles delirantes. En“Tiempo destrozado”el tiempo no sigue la ruta de las manecillas del reloj. No hay presente, pasado o futuro delimitados. Todo es un puñado de sucesos desquiciantes y de situaciones que conducen a la ansiedad y la pesadilla. La narradora cae en un estanque y lo mira lleno de sangre. Después una niña sube a un tren con una pecera que contiene un pez azul. Va al baño, no puede entrar y se marcha en busca de otro asiento. Lo encuentra junto a una mujer vieja que, cuando la mira con detenimiento, es ella misma, llena de arrugas y alhajas. La mujer saca un espejo y el azogue no refleja nada. Luego viene otra mujer gorda y entre las dos la asfixian. En una tela con caballos, flores y mariposas, los caballos se convierten en recuerdo, las flores aparecen disecadas y las mariposas muertas. Sus cuentos tienen elementos vitales que pasaron al papel, pero cuando habla de los sueños, de si quiso propiciar miedo con sus historias o escribir cuentos fan- tásticos, Amparo Dávila destaca que es su intuición la que gobierna sus creaciones; no hay preparación teórica o racionalización para elaborar sus relatos. Y yo pienso que los elementos que poco a poco fueron moldeando, primero, el cuento de mie- do, y después, el cuento fantástico, calculado con plenas intenciones artísticas, se dieron de manera natural en su vida: ahí está el abuelo que propiciaba lo macabro con el ataúd y los cuatro cirios que guardaba en el cuarto del fondo, para cuando llegara el momento, o las leyendas que la aterrorizaban en su infancia. En Apuntes para un ensayo autobiográfico (2005) escribe: En la noche el aspecto del pueblo se volvía más dramático. No había luz eléctrica y las calles y las casas se alumbraban con la débil luz de las lámparas de petróleo y de gasolina. El frío eramás intenso y el viento soplabamás fuerte. Los hombres se envolvían en gruesos jorongos y se metían los sombreros anchos hasta las orejas, las mujeres se embozaban con el rebozo dejando descubiertos sólo los ojos. Agobiados por el frío, se perdían por las calles oscuras como una procesión de cuervos negros. El viento se filtraba por las hendiduras de las puertas y las ventanas calando los huesos (…) durante el día muchas veces lloré de frío y por las noches lloré de miedo (por) una mujer vestida de blanco, con una vela encendida, muy pálida y sin ojos, (que) buscaba algo a través de la larga noche. Crujían las puertas y las ventanas, los muebles; pasaban sombras, bultos, se oían voces, suspiros, quejidos, y un hombre con una pierna de palo que golpeaba sordamente al caminar, entre los aullidos del viento, la música de los fonógrafos y las carcajadas de las prostitutas en el callejón. Así pasaba la noche, así pasaron muchas noches de mi infancia. 6 6 Amparo Dávila, Apuntes para un ensayo autobiográfico , Pinos, Zacatecas, Conaculta / Instituto Zacatecano de Cultura Ramón López Velarde, 2005, p. 3.
Made with FlippingBook
RkJQdWJsaXNoZXIy MjE0NjI2