Tiempo en la casa No. 61 • marzo-abril 2020
7 sonido que se arrastra por debajo de la puerta, las carreras en el piso de arriba o los quejidos de un fantasma. En “La señorita Julia” una mujer empieza a enloquecer porque imagina su casa llena de ratas. Su esquizofrenia termina cuando piensa que las atrapó, pero lo que tiene entre sus manos es una estola. En “Música concreta”, lo que empieza como una alteración nerviosa que provoca una pesadilla (una mujer engañada por su marido descubre que la acecha desde el jardín un sapo que se parece a la “otra”), se materializa cuando un amigo de la engañada va a verla para pedirle que deje en paz a la esposa. Pero la amante se convierte en sapo para atacar al defensor, quien con unas tijeras revienta el cuerpo del batracio para terminar con el croar que se confundía con la música concreta que sonaba en la radio. “Con los ojos abiertos” habla de ruidos, pasos, la puerta de una recámara que se abre y la narradora decide enfrentar esas presencias nocturnas. Abre los ojos pero no dice al lector qué o quién motivaba el terror. Estos elementos se desencadenan cuando la protagonista llega a habitar una casa rentada. Si bien este motivo del miedo y del terror lo encontramos en el último cuento que ha publicado Amparo Dávila, este recurso ya lo había usado con largueza. Por ejemplo, en “El jardín de las tumbas”una familia renta un viejo convento abandonado para pasar las vacaciones. Los niños juegan en el jardín que fue el cementerio de los frailes. De aquí nace el miedo a ese ambiente que, cuando uno de los niños sea adulto, lo llevará a fugarse por las noches para refugiarse en los brazos de una prostituta. En “La casa nueva” un rostro espectral y una voz de ultratumba piden ayuda a los nuevos habitantes de una vieja casa, quienes cortan por lo sano y se mudan. En su libro, Rafael Llopis recuerda que los castillos medievales, elementos insosla- yables para perfilar el cuento gótico, una de las primeras fases del relato de miedo, vale decir, del cuento fantástico, fueron elementos fundamentales para la ambientación. Cuando el cuento de miedo pase a América en las manos de Nataniel Hawtorne, pero sobre todo en las de Edgar Allan Poe, los castillos europeos serán sustituidos por las viejas casonas coloniales con tejados ruinosos, pasajes secretos, ventanas chirriantes y buhardillas destartaladas en donde el viento aúlla fúnebremente. Amparo Dávila, por su parte, echa mano de un convento abandonado, casas antiguas y en ruinas o inquilinos que llegan a habitar casas misteriosas. Los sueños, que en el cuento de miedo sirven para dejar entrar los elementos menos racionales, los que alteran el curso del tiempo y del espacio, son los que propician la presencia de lo terrorífico. En los cuentos de Amparo Dávila no sólo le disputan su lugar a la realidad, sino la suplantan. En “El desayuno” un sueño se cumple cabalmente en la vigilia: lo que una muchacha dice haber soñado, se va cumpliendo punto por punto en la realidad. En “La rueda”, el sueño camina hacia la materialización, palabra por palabra, pero el oficio narrativo de doña Amparo corta el relato y ya no sabremos si el sueño se repitió a cabalidad. En“El patio cuadrado”el sueño se desliza hacia lo macabro —hacia lo que tiene que ver con los muertos o la muerte—cuando se le aparece unmuerto a la narradora,
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