Tiempo en la casa No. 47-48. Diciembre 2017 - enero 2018

15 En su segundo viaje Kazantzakis recorrió Miranda del Duero, Burgos, Valladolid, Zaragoza, Salamanca, Ávila, El Escorial, Madrid, Toledo, Alicante, Elche, Valencia, Córdoba, Sevilla y Granada. Enriqueció la visión obtenida inicialmente e incorporó abundante material nuevo, con lo que consiguió un admirable equilibrio entre la imagen de la vida cotidiana y la vida política e intelectual. Conocedor ya del idioma —cuyo “ritmo heroico” admitía “escuchar con fruición”—, intercaló sus propias traducciones de textos teóricos o literarios cuando le parecía que ilustraban sus percepciones. Kazantzakis era capaz de leer con comodidad desde el Poema del Mío Cid hasta las obras de los jóvenes poetas del momento. Gracias a su correspondencia es posible conocer los conflictos que enfrentó al elegir de manera responsable la imagen de un país que, si bien riquísimo y admirable por su geografía, su cultura, su antitético y paradójico mosaico humano, denotaba también una serie de problemas, producto de sus contradicciones, que corrían el peligro de lanzar al país al abismo. Sobre todo, acongojaba al autor la pervivencia de la España oscurantista, sometida al clero y la monarquía, que juzgaba instituciones retrógradas, y se sentía esperanzado por las reformas pedagógicas, representadas por la Institución Libre de Enseñanza y sus derivados la Junta para la Ampliación de Estudios y la Resi- dencia de Estudiantes. De la observación, primero, y de la mano de las grandes obras literarias, Kazantzakis se introduce en España: “Lucho por extender con claridad en mi mente entera la tensa piel bovina que es España sobre el mapa del mundo. Di- bujo mentalmente sus cadenas montañosas, sus ríos, sus elevadas mesetas, sus campos. Concentro el tiempo: todas las razas que por siglos pasaron por estas tierras y entremezclaron sus sangres vuelven a desfilar veloces frente a mí. [...] Sobrevino al final el fruto místico, la síntesis profunda, el héroe de toda esta tie- rra, que reunió todos los rostros efímeros e impares en un solo rostro eterno, el cual representa ya a España en los grandes congresos del tiempo y del espacio: el santo mártir mayor don Quijote, y a su lado su mística esposa —pareja sagrada de España— santa Teresa”. 24 El carácter del pueblo se le revela: “La idiosincrasia psíquica del español es excepcionalmente selectiva; pero le falta el método, la técnica, el trabajo prolijo y paciente”. Y continúa: “El español verdadero, aquel que creó la epopeya española, es hijo del desierto. Personalista, altivo, valeroso. Y al mismo tiempo, junto con todos los defectos de esta gran virtud suya, es incapaz de trabajar en colaboración con nadie más, de seguir un programa común, de intentar disciplinadamente una labor duradera y esforzada. Uno. ¡Capitán Uno!”. 25 24 Viajando: España - ¡Viva la Muerte! , Edit. Eleni N. Kazantzaki, Atenas, s. f., p. 13-14. 25 Idem , p. 23 y 25 respectivamente.

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