Tiempo en la casa No. 47-48. Diciembre 2017 - enero 2018

12 Kazantzakis perdió el entusiasmo inicial, comprendió que el país pasaba por un momento crítico y que el futuro se dibujaba incierto. Las manifestaciones y huelgas iban en aumento, las bombas estallaban con mayor frecuencia, la vida política se enrarecía y todo esto repercutía en la vida cultural y diaria. Nada hacía pensar en días mejores. Una vez más la puerta de salida se abría ante Kazantzakis. A finales de diciembre de 1932, recibió un telegrama desde Creta en el cual Pre- velakis le comunicaba la muerte de su padre. El dolor fue insoportable. Kazantzakis emprendió un viaje en tren por España sin más objetivo que escapar del dolor que amenazaba con destrozarlo. Escribió a Eleni desde Valladolid el día 27: “Recorro el norte de España tratando de cansar mi cuerpo. Anteayer estuve en Salamanca, mañana me voy a Burgos, pasado mañana a Zaragoza y después no lo sé [...] Tal vez todo lo que veo ahora sea hermoso, pero mi alma está opaque no distingo bien y mi boca está llena de ceniza...”. 16 El 30 de diciembre recibió en Zaragoza una carta desde Madrid que le anunciaba la modesta ayuda económica otorgada por el Ministerio de Exteriores. Continuó su agotador trayecto por Valencia, Alicante y Elche, dos mil kilómetros en total sin apenas dormir, presa de pesadillas indescriptibles. El 4 de enero de 1933 está de regreso en Madrid, transformado: “No me hacen falta para nada las ciudades ni las conversaciones ni los esfuerzos con las personas y para las personas. ¡Soledad, sole- dad, pureza! ”, 17 escribe a Prevelakis al día siguiente, 18 utilizando una frase de Juan Ramón que había hecho suya, igual que otras que empleaba con frecuencia en su correspondencia privada, a manera de clave que sus seres queridos sabían interpretar con justeza. “Para siempre”, era la frase aprendida de santa Teresa con que firmaba muchas veces sus cartas, asimismo hablaba de“La Obra”, recordando los esfuerzos de Jiménez por la cristalización de la perfección poética, con la que tanto se identificaba. Desde ese instante Kazantzakis trabajó enMadrid a ritmo frenético para cumplir con su compromiso sin dilaciones. Su interés por España se había fracturado: “Veo a diferentes ministros, sabios, eruditos, reúno material, pero no tengo ningunas ga- nas de escribir artículos. Ya se fue, se disolvió el deseo de interesarme por reformas sociales y frivolidades de ese tipo”, escribió a Prevelakis el 6 de febrero. 19 Mientras esperaba la confirmación de si la ayuda otorgada se prorrogaría, “va- ció” la biblioteca del Ateneo, tradujo poesía, recorrió de nuevo los museos favoritos, visitó Toledo, reanudó los encuentros con sus amigos —con el presentimiento de que se despedía de todo—. Entró en contacto con editores en Grecia, con el fin de asegurar la publicación de los artículos comprometidos: “Poco a poco 16 Opaca. El disidente , p. 320. 17 En español en el original. 18 Cuatrocientas cartas , p. 351-352. 19 Idem , p. 358.

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